EL HOMBRE

MANUEL RIVAS LÁZARO (1900-1970) nació en Cumaná, Estado Sucre, en la costa oriental de Venezuela. Sus padres, Francisco de Paula Rivas Maza y Emilia Lázaro Costa, eran amantes de la música y de las letras. De joven se dedicó al violín, pero luego encontró su voz en el teatro como escritor, crítico y director. Al igual que su padre, quien ejerció como médico y escribió a la vez, Manuel Rivas Lázaro desempeñó un cargo en una compañía petrolera en Caracas mientras ampliaba sus ideas y su labor en el teatro. En su hogar, nunca estaba muy lejos de sus libros, su máquina de escribir, sus pipas y, sobre todo, de su butaca preferida con un bloque de papel sobre las piernas. Pero a pesar de la intensidad de sus reflexiones filosóficas, siempre estaba listo para escuchar, cantar, echar cuentos, y divertir con su violín a sus hijos con su característica paciencia y calor humano. Nadie se escapaba de su sonrisa y de sus ojos color azul claro. Queriendo contrarrestar la opresión e inseguridad de un régimen dictatorial, Manuel Rivas Lázaro valientemente trasladó a su familia a Montreal, Canadá, un acto que nació del desespero pero que enriqueció a todos a su alrededor. Allí continuó escribiendo y dirigiendo grupos amateur. Al regresar a Caracas, se dedicó a la educación a través del teatro. Su esposa, Graciela Rivas Rojas, lo acompañó siempre en el escenario y luego continuó su labor pedagógica. Manuel Rivas Lázaro fue un hombre de modales antiguos (vestido siempre con paltó y corbata) que contrastaban con sus pensamientos modernos. Sus gestos eran callados y sutiles, pero sus ideas estallaban con dinamismo y pasión por la vida, sobre todo la vida en el teatro.